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Rápeles resbaladizos en mitad de naturaleza exuberante. |
En la vertiente norte del
Pirineo hay infinidad de gargantas, barrancos y regatas paradisíacas que caen en una mezcla de verdes y de vegetación tan alucinantes, que uno se enamorará de estos valles abruptos para siempre. Hace ya unos años que me fijé por vez primera en una neska de
Luzaide, ya se sabe, y desde entonces sabía de la existencia del
Barranco de Xapitel, antes de llegar a su pueblo desde
Ibañeta a mano izquierda. Este barranco es uno de los barrancos más frondosos y repletos de naturaleza de la región. Para acercarnos a su inicio,
Asier y yo hacemos a pie el senderito que sube desde la carretera a
casa Kiteria, y antes de llegar a ella nos cruzamos con un pastor que baja un grupo de ovejas, y es una gozada verlas descender por entre el bosque verde-verde.
Después tomamos un canal que nos lleva a media ladera hasta la presa donde comienza el descenso en forma de mini-rápel para salvar su murete de contención. A continuación hay un rápel-tubo precioso de 18 metros, que con bastante caudal nos hace gozar mucho. Es gracioso vernos rapelar y desaparecer de repente, entre la agitación del agua. El denominador común en este barranco de casi Iparralde, son sus transiciones andarinas a través de los restos de las últimas mega-riadas. Varios toboganes largos y discontinuos, y algunos rápeles cortos, dan un poco de color al asunto. También hay un escape sobre-equipado y muy raro lleno de pasamanos. Y así, al final del descenso nos encontramos con la madre de todos los toboganes, por lo menos para mí, porque ya sé que hay bien tochos en Eriste o Llech, pero yo nunca he conocido uno tan largo y bonito en mi corta vida barranquista. En esta ocasión el caudal rebota en un escalón rompe-culos, y cuando llego a él me desequilibra un poquito y entro de medio lado en la poza. Y cuando lo repito tras remontar la orilla derecha, me vuelve a pasar lo mismo. Asier grita que es mejor pillarlo por la izquierda...
Arriba, en varias decenas de metros de altura nos queda la carretera de acceso a Luzaide, y habrá que remontar la aldapa hasta ella. Parece mentira que haya pasado decenas de veces por allí camino del pueblo de Ainara. Es curioso que al hacer un cambio de escasos metros en un punto de mira, el mundo cambie tanto, y tanto que te deja embelesado.
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