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Artzainzulo, un lugar repleto de musgos y plantas trepadoras. |
En el
Kilómetro siete a San Miguel de Aralar (desde Lekunberri), la carretera atraviesa un laberinto de dolinas y hondonadas karsticas de gran belleza debajo de las copas de las hayas, y a escasos 250 metros en línea recta de la vía encontramos
Artzainzulo, una oquedad de
entrada grande y frondosa, cuyo porche ha sido utilizado de refugio por pastores desde siempre, como así lo atestiguan los restos etnográficos encontrados en él.
Asier y yo entramos a media tarde en Artzainzulo después de atravesar a pie dos dolinas y un pequeño claro cubierto de "dientes de perro". Portamos una cuerda y nos introducimos sin muchas reseñas por la amplia galería de entrada. Esta avenida, desciende durante cientocincuenta metros hasta los cincuenta metros de profundidad en gran pendiente, y hay que destrepar una bloquera resbaladiza a mitad de recorrido. Llegamos a un rincón arcilloso y encharcado a partir del cual la continuación de la cavidad se vuelve estrecha y divertida, y ya podemos oír al agua circular algunos metros por debajo nuestra. Tras una gatera ascendente llegamos al pasito guay del día, un pozo de siete metros que equipamos con una cuerda, porque su mitad inferior es vertical. Un destrepe oblicuo más y aterrizamos en el meandro principal de la cueva, el cual seguimos por varios pasos estrechos y con circulación de agua en su suelo, hasta una badina inundada que cierra nuestro avance sino queremos mojarnos hasta la cintura. En esta badina en curva hay dos cordinos colgados del techo para continuar a través de ella. Asier sospecha que una galería fósil ascendente que hemos dejado atrás pueda comunicar con la continuación del meandro, así que volvemos tras nuestros pasos y trepamos por esta galería fósil ascendente primero, y descendente después, hasta comprobar que no tiene continuación, a 65 metros de profundidad. Y tras dos horas y media de nuestra partida del coche damos por finalizada la actividad, regresando al exterior, donde ya es de noche.
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